Existen muchos hechos, fechas y nombres que hacen a la historia de una nación, incluso de naciones jóvenes como la nuestra, que en apenas dos siglos de vida independiente ha atravesado innumerables luces y sombras.
El presidente Raúl Alfonsín solía recordar que los argentinos habíamos perdido ciento cincuenta años de institucionalidad: los primeros cincuenta desde el proceso de independencia hasta la sanción de nuestra Constitución; cincuenta más desde su sanción hasta su plena vigencia con el voto el voto popular que logra la presidencia de Yrigoyen y otros cincuenta, desde el primer golpe de Estado en 1930 hasta el último, el 24 de marzo de 1976.
Aquellos hechos, esta fecha, hacen parte de la memoria de una generación que a lo largo de estos cuarenta y tres años hemos interpelado el recordatorio del último y más duro golpe de Estado sufrido en nuestra historia, con diferentes formas de mirar aquellos acontecimientos, de asumirlos y de enfrentar sus consecuencias, que a cada nuevo paso en la construcción de la vida democrática marcaron un sentido diferente.
Un sentido diferente, también, para su ejercicio presente, porque la historia no es lineal, ni se interpreta del mismo modo en cada momento, tiene sus idas y sus vueltas, sus avances y sus retrocesos, victorias y derrotas, oportunidades y oportunistas. Y frente a ello, asumimos el compromiso de ejercer la memoria, no por estar atrapados por las pasiones del pasado sino como un ejercicio de construcción del futuro.
Los primeros pasos de nuestra democracia hacia 1983 marcaron un camino por el que no había pasado nunca antes ninguna otra nación que saliera de semejante barbarie. De hecho, muy pocas, después, podrían hacerlo por si solas. En Argentina se avanzó en la investigación de los crímenes de la dictadura y el juicio a los hombres que los habían cometido aún cuando en ese momento poseían el poder de las armas y la lealtad de sus subordinados.
Es gracias a la valentía y decisión de las mujeres y hombres que se jugaron el cuerpo los primeros días de la democracia recuperada, que integraron la CONADEP y llevaron adelante el juicio a las Juntas en días donde la amenaza de un nuevo golpe militar era una realidad tangible, que hoy podemos tomar dimensión de la memoria del pasado que debemos saber hacer propio.
Sabemos que el futuro debe construirse saldando falsas divisiones, construyendo igualdad y defendiendo libertades. Con las mismas herramientas que entendíamos debían ser la síntesis de los conflictos que enfrentaban a los argentinos antes de esta fecha luctuosa del 24 de marzo del 76 y que tenía que ser el arma para acabar con esa y con todas las dictaduras posibles: que era y es el camino de la democracia, de la república y de la constitución.
Aquí estamos en nuestra responsabilidad militante. Quien escribe esas líneas nació un 26 de marzo de 1976, y entiende que este acto es por supuesto por lo que no están, pero también por las nuevas generaciones y las que vienen. Entiende que el desafío más importante es que sigamos en el camino de recobrar la república y desandar los ciento cincuenta años de institucionalidad perdida. Por ello, nunca lo hemos de olvidar.
Alejandro Daniel Carrere
Decano FRP UTN